A pesar de los complejos programas iconográficos de muchas pinturas de flores, un ensayista escribió en el siglo XX: “Pintar flores no requiere genio ni un especial talante mental o espiritual, sino tan sólo el genio del esmero y de una habilidad suprema” (M.H.Grant, Flower Painting Trhough Four Centuries, 1952, p.21). La explicación de la ceguera de Grant se encuentra en su propio texto: “En los trescientos años que conocemos de esta producción, el total de quienes pintaban flores antes de 1880 no llega a 700, y no se pueden considerar floristas pur sang, es decir, no se asocian con las diversas modalidades de las naturalezas muertas. Sólo una proporción muy escasa son artistas de mérito superior o elevado. En realidad, más de 200 se sitúan a finales del siglo XVIII y en el siglo XIX, y al menos la mitad son mujeres” (p.21). A finales del siglo XVIII, la pintura de flores se había convertido en un género muy común entre los artistas. La caracterización de la pintura de flores como trivial, minuciosa, bonita, algo que sólo exige paciencia y destreza, se relaciona con el sexo de quienes la practicaron. Como demuestra el comentario del escritor de finales del siglo XIX León Legrange, la definición social de la feminidad afecta la evaluación de lo que hacen las mujeres, hasta el punto de que las artistas y sus temas se convierten en sinónimos : “Dejemos que las mujeres se ocupende los tipos de arte que siempre les han gustado […] los cuadros de flores, esos prodigios de gracia y frescura que sólo pueden competir con la gracia y la frescura de las propias mujeres” (“Du rang des femmes dans l’art”, Gazzette des Beaux-Arts [1860]). Resulta inconcebible un historiador del arte serio que explicase el David de Miguel Ángel equiparando su elástico y atlético vigor con el temperamento y el físico propio del artista. El proceso histórico por el que las mujeres acabaron especializándose en determinadas manifestaciones artísticas y el simbolismo de las naturalezas muertas y la pintura de flores se han visto oscurecidos por la tendencia a identificar a las mujeres con la naturaleza. Los cuadros de flores y las mujeres que los pintaron se convirtieron en meros reflejos mutuos. La pintura, sumida en la noción dominante de feminidad, es únicamente una extensión de la identidad femenina, y la artista, sólo una mujer que obedece a su naturaleza. Y en efecto, esta visión aparta las obras y a las artistas del campo de las bellas artes. La crítica de la pintura de la pintura de flores del siglo XIX y los historiadores del arte actuales utilizan exactamente los mismos términos que se emplean para justificar el estatus secundario otorgado a la artesanía, calificada como mera destreza manual, decorativa y de escasa exigencia intelectual. […]